Tras la publicación de su primera novela, una explosión silenciosa sacudió los estantes de las librerías peruanas. Como para saldar una vieja deuda con la vida, el escritor arremetió con todo el poder de la escritura, le sacó el corsé a la estilística y se atrevió a escribir una novela que refleja la vida al límite de muchos jóvenes en la actualidad, que transitan entre discotecas, drogas y experiencias sexuales al límite, pero que reciben a cambio un placer efímero y se dan de bruces con la soledad, el desamor y el vacío.
“No es una novela que exalta la juerga como forma de vida o un simple anecdotario de vivencias. Mi intención, como todo novelista, es penetrar a fondo en la realidad y develar realidades y carencias del país. Los personajes, si bien es cierto viven al límite, son seres humanos que sufren y que ríen, que están en una especie de búsqueda existencial”, seña
El escritor Jorge Irribarren recuerda que fue en su adolescencia, en Miraflores, cuando comenzó a escribir poemas, mientras que iniciaba además, como todo joven peruano, la “educación sentimental” de la que hablaba Flaubert. Su generación tuvo como escenario la violencia terrorista, la crisis económica y el caos en el que vivió el país durante las décadas del ochenta y noventa. Y esos jóvenes golpeados por la crisis, encontraban un escape en los conciertos de rock subterráneo, en botellas de pisco o “encerronas” en hoteles apartados. A su manera, sufrían el drama del Perú, la misma patria que hoy –cuando el país vive una luna de miel con la economía, los grandes centros comerciales y las tarjetas de crédito– tiene como trasfondo la pobreza, la ignorancia, la corrupción y la violencia social.
“En mi novela hay una fuerte crítica social. En Lima, y en todo el país, hay gente que vive de apariencias, de disfraces. Buscan un ascenso y aceptación social vistiendo ropa de marca o comprando camionetas cuatro por cuatro, aunque se queden endeudados de por vida”, afirma el escritor. Y es verdad que la diversión se acaba, el trago se agota, las drogas se hacen humo y solo queda la soledad, el desamor, la tristeza…
“Muchos creen que la vida solo es juerga sin entender que la existencia pende de un hilo y que caminamos al borde de un abismo. Y en cuanto a mi novela, no solo hay juerga y diversión, sino que he tratado de ir más allá, mostrando que el ser humano siempre vive insatisfecho”, reflexiona el escritor, quien se salvó de morir en el incendio de la exclusiva discoteca Utopía en 2002, donde fallecieron asfixiados veintinueve jóvenes, hecho que también es mencionado en el libro.
“Yo estaba en la lista de invitados a esa fiesta. Fue muy doloroso lo que sucedió: varios amigos míos murieron allí, y todo por la negligencia de los dueños del establecimiento, que no tenía licencia de funcionamiento y donde no había extinguidores ni agua en los baños y las vías de escape estaban clausuradas”, comenta.
Irribarren inició la redacción de Días de juerga en 2001. “Luego la abandoné y la novela quedó pendiente porque la historia me parecía falsa y el estilo demasiado flojo. Retomé el texto el año pasado y no paré hasta publicar. Escribí una nueva versión con una sexualidad explosiva, pero finalmente la versión impresa es más moderada. De hecho, la ´crítica oficial´ ha optado por el silencio. Pero yo me siento tranquilo porque no he abdicado en cuanto a la honestidad con la que hay que afrontar la literatura. Creo que con el libro cerré una etapa de mi vida”, declara el novelista.
Tras la publicación y presentación oficial de Días de juerga, Irribarren ahora radica en Alemania, en la ciudad de Biberach An Der Riß, en Baden-Wurttemberg, junto con su esposa Vera Sproll y su pequeña hija Franka donde prepara un nuevo libro, siempre pensando en el Perú. “Jamás dejaré de ser peruano”, concluye. (Por Nivardo Córdova Salinas)
No hay comentarios:
Publicar un comentario