Poeta Juan Ramírez Ruiz, uno de los fundadores del Movimiento Hora Zero en 1970,
Poeta Juan José Lora Olivares (Chiclayo 1901 - Lima 1961), autor de “Con sabor a mamey”, “Diánidas” y “Lydia”. Considerado el poeta de la “chiclayaneidad”. (Foto: terraignea.blogspot.com)
Poeta José Eufemio Lora y Lora, JELYL (Chiclayo 1885 - París 1907), autor de “Anunciación”, su único libro, pues falleció atropellado en París. (Foto: terraignea.blogspot.com)
Juan Ramírez Ruiz, segundo de izquierda a derecha, en una foto familiar de su infancia en Chiclayo, su tierra natal. (Foto: filmbiologico.blogspot.com)
La poesía de Chiclayo ha trascendido las fronteras de nuestra tierra y vuela sobre el mundo. De la amplia lista de sus escritores hay una trilogía que destaca por la belleza de su obra y también por la tragedia de su vida: José Eufemio Lora y Lora, Juan José Lora Olivares y Juan Ramírez Ruiz. Este es un homenaje in memoriam.
Poeta contestatario, radical, marginal y underground, Juan Ramírez Ruiz nació el 27 de diciembre de 1946 en Chiclayo, fundó el movimiento literario Hora Zero en la década del setenta, publicó tres poemarios intensos, pero decidió vivir sus últimos días en las calle. El vate peruano lamentablemente murió atropellado por un ómnibus interprovincial el pasado 17 de junio de 2007 en la Panamericana Norte, entre las ciudades de Trujillo y Virú. No portaba documentos personales al momento del accidente, y como nadie se enteró de su muerte en ese momento, fue sepultado como NN(1).
Sin duda, la trascendencia nacional y universal de su obra poética, lo sitúa como una de los poetas emblemáticos del Perú. Pero ante todo, él sigue representando a su “patria chica”: Chiclayo. Su partida hacia la eternidad, no sólo cierra una trilogía de poetas emblemáticos nacidos durante el siglo XX en Chiclayo, sino que retrata con fidelidad la cultura poco conocida de esta peculiar urbe del norte peruano, tantas veces desdeñada por otras culturas “oficiales”.
De hecho JRR se vincula a la tradición literaria peruana, pero, es evidente su filiación emocional con otros poetas chiclayanos que lo precedieron: José Eufemio Lora y Lora (“Jelyl”) y Juan José Lora Olivares, poetas de intenso registro lírico y que de alguna manera tuvieron una existencia marcada por la tragedia.
Y queremos ser enfáticos en esto: no se trata aquí de alimentar una imagen del poeta como un “rebelde sin causa” o un extravagante, menos aún promover la idea de que para ser poeta hay que ser un marginal o un “poeta maldito”. El poeta nace y se forja de acuerdo a su circunstancia personal, pero la Historia demuestra que la mayoría de poetas en el Perú y el mundo tuvieron una vida de sufrimiento y martirio, como los peruanos (por no citar casos del extranjero) César Vallejo, Martín Adán, Luis Valle Goicochea, Juan Ojeda, Luis Hernández, María Emilia Cornejo, Javier Heraud, Josemari Recalde… Y no sólo eso: estos vates fueron seres de carne y hueso, con sus virtudes y defectos, pero dejaron poemas que hoy trascienden más allá de nuestras fronteras.
Juan Ramírez Ruiz, que en 1971 publicó un poemario fundacional titulado “Un par de vueltas por la realidad”, fue chiclayano y nunca dejó de serlo, aunque en el conjunto de su obra las citas geográficas sobre Lambayeque son pocas. Su vinculación con Chiclayo la podemos rastrear en los poetas que lo precedieron.
Leídos en perspectiva, los poemarios “Anunciación” (París, Garnier Hermanos, 1908) de José Eufemio Lora y Lora (Chiclayo 1885–París 1907) y “Con sabor a mamey” (1962) de Juan José Lora Olivares (Chiclayo 1901– Lima,1961), son tributarios remotos de “Un par de vueltas por la realidad” (1971) -“libro de culto en el Perú, que no ha vuelto a ser reeditado ni en su país ni en el extranjero”, según se lee en wikipedia.com-, así como de “Vida perpetua” (1977) y “Las armas molidas” (1996), poemarios publicados en vida por JRR.
Sus destinos aciagos y melancólicos, son también una extraña y peruanísima coincidencia, que los enlaza con otros escritores mayores de nuestro parnaso como los poetas peruanos anteriormente citados y con el propio novelista José María Arguedas. Todos ellos se suicidaron o se “dejaron morir de a pocos”. No queremos hacer una apología del suicidio y la marginalidad, porque definitivamente para ser poeta no ha que matarse; son otras motivaciones personales las que tuvieron y que no son materia de este ensayo.
JRR tiene un justo sitial en la historia literaria por ser el co-fundador y principal teórico de Hora Zero en la década del 70, el movimiento poético peruano más importante de fines del siglo pasado, que impuso un cambio radical en la poesía peruana y latinoamericana con su concepto del “poema integral”, y de cuya “mundialización” actual dan cuenta, además de blogs y web sites especializados, una serie de monografías, textos críticos, antologías literarias y tesis doctorales en universidades del Perú y el extranjero. Sus “Palabras urgentes” son un manifiesto contundente que reclamaba para la poesía el acceso de la calle, los seres cotidianos, la palabra coloquial y descarnada, junto con la preocupación social.
A una obra sólida y consistente, innovadora y vital, JRR suma otra actitud frecuente en los grandes poetas: una renuencia a la fama y un autoexilio personal. Él optó por fundirse en el anonimato. Su ética individual y su filosofía existencial nos dejan desconcertados, tanto en la dignidad como en el orgullo con que vivió sus últimos días, transfigurado casi en un ángel indigente. No es casual: en la mitología antigua, algunos dioses se disfrazaban de mendigos para probar la fe de los humanos. “¡Basta de homenajes!”(2), fue la frase que JRR pronunció un mes antes de morir en los médanos de Virú. Esas palabras lo retratan tanto como su poesía escrita.
En JRR confluyen otras dos características de los poetas geniales: calidad literaria y una vida cercana al mito. Es lo que se llama, un poeta de culto. Pero, como decíamos líneas arriba, JRR tiene una patria chica a la que le ha dado brillo y esplendor: Chiclayo. Podemos aventurarnos a decir lo siguiente: si desde la arqueología, el descubrimiento de la tumba del Señor de Sipán contribuyó a llamar la atención sobre el pasado prehispánico de la región Lambayeque, la obra literaria de Juan Ramírez Ruíz reinventa a Chiclayo como el nuevo mito literario peruano, a la altura del Santiago de Chuco de Vallejo, el Barranco de Eguren o la Lima de Luis Hernández. Pero, reiteramos, es la poesía de Ramírez Ruiz, la que sobrevivirá (o acompañará) a su mito, como dos caras de una misma moneda.
CHICLAYO Y SUS ÍCONOS CULTURALES
Con JRR, Chiclayo refuerza su singularidad y una categoría literaria que le viene por estirpe propia, fruto de su historia. Actual eje económico y comercial del nororiente peruano, Chiclayo no tuvo una fundación española, a la usanza de otras ciudades como Lambayeque, Ferreñafe o Zaña, pero su origen en el siglo XVI, durante los albores del Virreinato, está bien documentado por el historiador lambayecano Jorge Zevallos Quiñones(4). Chiclayo se distingue por su aire festivo y campechano, sus yacimientos arqueológicos, su comercio intenso, su gastronomía y su música popular, sus compositores como Luis Abelardo Takahashi Núñez, escultores como Miguel Baca Rossi, o el propio escritor Nicanor de la Fuente Sifuentes “Nixa” –pacasmayino radicado en Chiclayo, que falleció a los 107 años. Ellos son un botón de muestra. Incluso Chiclayo y Piura se disputan ser la cuna de Enrique López Albújar, autor de “De mi casona”, “Los caballeros del delito” y la famosa “Matalaché”, entre otras obras. Además, en Chiclayo está la gran tradición de los “decimistas” populares de Zaña, como Leyva y Oscar Colchado (ver: “La otra historia: Memoria colectiva y canto del pueblo de Zaña". Luis Rocca Torres, Instituto de apoyo agrario, Lima: 1985).
Pero Chiclayo siempre representó más que eso, mientras sus manifestaciones culturales eran joyas de círculos especializados, su poesía se robustecía en el silencio. Acaso lo más conocido fue siempre su arqueología, con íconos como el tumi de oro Íllimo, historias de huaqueros en Mataindios, Úcupe, Siete Techos, Pampa Grande u Ollotún, así como las haciendas azucareras de Cayaltí, Pátapo, Tumán, Pucalá y Pomalca. Igualmente, no es casual que Hans Heinrich Brüning desde que arribó al Perú en 1875 haya vivido largas décadas Lambayeque realizando labores de etnógrafo y arqueólogo (4) o que un novelista limeño, Carlos Camino Calderón, haya ambientado en estas tierras su excelente novela “El daño”. Asimismo Chiclayo tiene otros íconos en los libros “A golpe de arpa” (1935), recopilación de mitos lambayecanos de Augusto León Barandiarán y Rómulo Paredes, “Puerto cholo”, de Mario Puga Imaña (1915-1959). De hecho, una ciudad con rol protagónico en la literatura.
RAMÍREZ / JELYL / LORA
En medio de este panorama, nació el poeta JRR, heredero de estas corrientes, aunque JRR se distingue por su actitud contestataria y fundacional. En la tradición poética de Chiclayo, el poeta José Eufemio Lora y Lora (JELYL) abre el siglo XX con “Anunciación”, verdadero debut y despedida con tonos del romanticismo, pues moriría en Paris atropellado antes de ver la madurez. Su poema “Piedad” se deja leer como una triste elegía: “Sea hoy, Señor, mi compasivo ruego / el del viejo filósofo eleusino / por el perro que ladra en el camino / por el peñasco que desciende ciego. // Piedad, Señor, piedad para la pena / que hizo vibrar el hierro al asesino, / para el vino maldito, para el vino / cuyo sorbo final está en el Sena. // Y para el pensamiento que en la noche / sin bordes de la Nada quedó preso / antes de hallar su verbo cristalino; / como la flor helada antes del broche, / como el amor extinto antes del beso, / como el canario muerto antes del trino”.
Asimismo, el poeta Juan José Lora Olivares es partícipe de ese mismo destino. Prisionero en El Frontón por su militancia política y víctima de la adicción a la morfina(5), supo transfigurar su tragedia personal en los versos de tono popular y modernista de su poemario “Con sabor a mamey”, editado en 1961 por Juan Mejía Baca, un verdadero clásico de la “chiclayaneidad”. El poema “Retorno”, leído luego de la muerte de JRR, puede funcionar como el epitafio perfecto: “Este era el triste caminando alegre / por pueblo sin calles, casa entera. / No estaba en el balcón la primavera / y él silbaba para que saliera. // Seguía el triste caminando alegre. / Puso su pena en linda pajarera, / más, chiroque, rebelde a su manera, / murió sangrando miel algarrobera. // ¿Cómo era el triste caminando alegre? / lo juro, madre, yo no sé como era; / pero lo siento como si lo viera; era un fantasma de bendita cera. // ¿Ya no es el triste camino alegre? / Si lo es: ¡Yo soy! Y me sabrá quienquiera / baile con su alma, sola y compañera, / esta nostalgia que me atondera. // Yo soy el triste, caminando alegre, / que canta por Chiclayo en esta espera / universal retorno y primavera, / por si Chiclayo desapareciera”.
Sin duda, Juan Ramírez Ruiz, al margen de ser uno de los poetas peruanos más significativos, es también el poeta de Chiclayo por antonomasia. “Solitario”, uno de sus últimos poemas, perteneciente a s último libro “Las armas molidas” (Arteidea, 1996) y reeditado el verano de 2004 en la revista literaria “Don Loche”(6) fue acaso su más nítida premonición:
“Solitario -en una duna interminable
agoté mi cuerpo
colocando un poro mío en cada estrella...
Y ahora es remoto el aire-
y cercano al estante de los médanos...
Hablo incendios y estallidos...
En cada ojo tengo tres tristezas...
En cada día nuevas noches...
Estaba yo pensando –
y de pronto la tierra se hospedó en mi cuerpo” (JRR).
Más allá de las circunstancias trágicas de su muerte, definitivamente, Chiclayo y el Perú entero están en deuda con Juan Ramírez Ruiz: la publicación de su obra poética completa es un compromiso pendiente.
ESQUINA SIETE DE ENERO Y SAN JOSÉ
(Poema de Juan José Lora Olivares en “Con sabor a mamey”, 1962)
Poste de luz, compañero,
cuántas cosas por ti sé;
y tú me sabes sincero
esquina Siete de Enero
y San José.
Alumbrabas mi sendero
¿Y qué pasó?, algo fue.
Pero ¿quién no es pasajero
esquina Siete de Enero
y San José?
Ayer, sobre tu madero
mi corazón te grabé;
y el tuyo lo llevo entero
en mi cruz; Siete de Enero
y San José.
Poste de luz, compañero,
junto a ti mi verso en pie,
mientras yo doblo el sendero,
esquina Siete de Enero
y San José...
NOTAS
(1) El mayor PNP Oscar Zavala Távara, lideró el grupo policial que, tras una paciente investigación de varios meses, pudo identificar al poeta a partir del examen de las huellas necrodactilares, que el poeta Juan Ramírez Ruiz fue atropellado por un ómnibus interprovincial.
(2) Con estas palabras textuales, JRR rechazó seguir aceptando ayuda en Trujillo, en mayo de 2007. Poco tiempo después, se dio cuenta del estado de indigencia en que se encontraba el poeta a través de una carta abierta en Internet, inicialmente acogida en el blog Sol Negro, de Paul Guillén, gracias a un reenvío de la misiva hecho por el poeta Miguel Ildefonso. Tanto el “camino” elegido por el poeta, las circunstancias de su muerte, así como la odisea de su búsqueda conforman un capítulo aparte de esta historia.
Poeta contestatario, radical, marginal y underground, Juan Ramírez Ruiz nació el 27 de diciembre de 1946 en Chiclayo, fundó el movimiento literario Hora Zero en la década del setenta, publicó tres poemarios intensos, pero decidió vivir sus últimos días en las calle. El vate peruano lamentablemente murió atropellado por un ómnibus interprovincial el pasado 17 de junio de 2007 en la Panamericana Norte, entre las ciudades de Trujillo y Virú. No portaba documentos personales al momento del accidente, y como nadie se enteró de su muerte en ese momento, fue sepultado como NN(1).
Sin duda, la trascendencia nacional y universal de su obra poética, lo sitúa como una de los poetas emblemáticos del Perú. Pero ante todo, él sigue representando a su “patria chica”: Chiclayo. Su partida hacia la eternidad, no sólo cierra una trilogía de poetas emblemáticos nacidos durante el siglo XX en Chiclayo, sino que retrata con fidelidad la cultura poco conocida de esta peculiar urbe del norte peruano, tantas veces desdeñada por otras culturas “oficiales”.
De hecho JRR se vincula a la tradición literaria peruana, pero, es evidente su filiación emocional con otros poetas chiclayanos que lo precedieron: José Eufemio Lora y Lora (“Jelyl”) y Juan José Lora Olivares, poetas de intenso registro lírico y que de alguna manera tuvieron una existencia marcada por la tragedia.
Y queremos ser enfáticos en esto: no se trata aquí de alimentar una imagen del poeta como un “rebelde sin causa” o un extravagante, menos aún promover la idea de que para ser poeta hay que ser un marginal o un “poeta maldito”. El poeta nace y se forja de acuerdo a su circunstancia personal, pero la Historia demuestra que la mayoría de poetas en el Perú y el mundo tuvieron una vida de sufrimiento y martirio, como los peruanos (por no citar casos del extranjero) César Vallejo, Martín Adán, Luis Valle Goicochea, Juan Ojeda, Luis Hernández, María Emilia Cornejo, Javier Heraud, Josemari Recalde… Y no sólo eso: estos vates fueron seres de carne y hueso, con sus virtudes y defectos, pero dejaron poemas que hoy trascienden más allá de nuestras fronteras.
Juan Ramírez Ruiz, que en 1971 publicó un poemario fundacional titulado “Un par de vueltas por la realidad”, fue chiclayano y nunca dejó de serlo, aunque en el conjunto de su obra las citas geográficas sobre Lambayeque son pocas. Su vinculación con Chiclayo la podemos rastrear en los poetas que lo precedieron.
Leídos en perspectiva, los poemarios “Anunciación” (París, Garnier Hermanos, 1908) de José Eufemio Lora y Lora (Chiclayo 1885–París 1907) y “Con sabor a mamey” (1962) de Juan José Lora Olivares (Chiclayo 1901– Lima,1961), son tributarios remotos de “Un par de vueltas por la realidad” (1971) -“libro de culto en el Perú, que no ha vuelto a ser reeditado ni en su país ni en el extranjero”, según se lee en wikipedia.com-, así como de “Vida perpetua” (1977) y “Las armas molidas” (1996), poemarios publicados en vida por JRR.
Sus destinos aciagos y melancólicos, son también una extraña y peruanísima coincidencia, que los enlaza con otros escritores mayores de nuestro parnaso como los poetas peruanos anteriormente citados y con el propio novelista José María Arguedas. Todos ellos se suicidaron o se “dejaron morir de a pocos”. No queremos hacer una apología del suicidio y la marginalidad, porque definitivamente para ser poeta no ha que matarse; son otras motivaciones personales las que tuvieron y que no son materia de este ensayo.
JRR tiene un justo sitial en la historia literaria por ser el co-fundador y principal teórico de Hora Zero en la década del 70, el movimiento poético peruano más importante de fines del siglo pasado, que impuso un cambio radical en la poesía peruana y latinoamericana con su concepto del “poema integral”, y de cuya “mundialización” actual dan cuenta, además de blogs y web sites especializados, una serie de monografías, textos críticos, antologías literarias y tesis doctorales en universidades del Perú y el extranjero. Sus “Palabras urgentes” son un manifiesto contundente que reclamaba para la poesía el acceso de la calle, los seres cotidianos, la palabra coloquial y descarnada, junto con la preocupación social.
A una obra sólida y consistente, innovadora y vital, JRR suma otra actitud frecuente en los grandes poetas: una renuencia a la fama y un autoexilio personal. Él optó por fundirse en el anonimato. Su ética individual y su filosofía existencial nos dejan desconcertados, tanto en la dignidad como en el orgullo con que vivió sus últimos días, transfigurado casi en un ángel indigente. No es casual: en la mitología antigua, algunos dioses se disfrazaban de mendigos para probar la fe de los humanos. “¡Basta de homenajes!”(2), fue la frase que JRR pronunció un mes antes de morir en los médanos de Virú. Esas palabras lo retratan tanto como su poesía escrita.
En JRR confluyen otras dos características de los poetas geniales: calidad literaria y una vida cercana al mito. Es lo que se llama, un poeta de culto. Pero, como decíamos líneas arriba, JRR tiene una patria chica a la que le ha dado brillo y esplendor: Chiclayo. Podemos aventurarnos a decir lo siguiente: si desde la arqueología, el descubrimiento de la tumba del Señor de Sipán contribuyó a llamar la atención sobre el pasado prehispánico de la región Lambayeque, la obra literaria de Juan Ramírez Ruíz reinventa a Chiclayo como el nuevo mito literario peruano, a la altura del Santiago de Chuco de Vallejo, el Barranco de Eguren o la Lima de Luis Hernández. Pero, reiteramos, es la poesía de Ramírez Ruiz, la que sobrevivirá (o acompañará) a su mito, como dos caras de una misma moneda.
CHICLAYO Y SUS ÍCONOS CULTURALES
Con JRR, Chiclayo refuerza su singularidad y una categoría literaria que le viene por estirpe propia, fruto de su historia. Actual eje económico y comercial del nororiente peruano, Chiclayo no tuvo una fundación española, a la usanza de otras ciudades como Lambayeque, Ferreñafe o Zaña, pero su origen en el siglo XVI, durante los albores del Virreinato, está bien documentado por el historiador lambayecano Jorge Zevallos Quiñones(4). Chiclayo se distingue por su aire festivo y campechano, sus yacimientos arqueológicos, su comercio intenso, su gastronomía y su música popular, sus compositores como Luis Abelardo Takahashi Núñez, escultores como Miguel Baca Rossi, o el propio escritor Nicanor de la Fuente Sifuentes “Nixa” –pacasmayino radicado en Chiclayo, que falleció a los 107 años. Ellos son un botón de muestra. Incluso Chiclayo y Piura se disputan ser la cuna de Enrique López Albújar, autor de “De mi casona”, “Los caballeros del delito” y la famosa “Matalaché”, entre otras obras. Además, en Chiclayo está la gran tradición de los “decimistas” populares de Zaña, como Leyva y Oscar Colchado (ver: “La otra historia: Memoria colectiva y canto del pueblo de Zaña". Luis Rocca Torres, Instituto de apoyo agrario, Lima: 1985).
Pero Chiclayo siempre representó más que eso, mientras sus manifestaciones culturales eran joyas de círculos especializados, su poesía se robustecía en el silencio. Acaso lo más conocido fue siempre su arqueología, con íconos como el tumi de oro Íllimo, historias de huaqueros en Mataindios, Úcupe, Siete Techos, Pampa Grande u Ollotún, así como las haciendas azucareras de Cayaltí, Pátapo, Tumán, Pucalá y Pomalca. Igualmente, no es casual que Hans Heinrich Brüning desde que arribó al Perú en 1875 haya vivido largas décadas Lambayeque realizando labores de etnógrafo y arqueólogo (4) o que un novelista limeño, Carlos Camino Calderón, haya ambientado en estas tierras su excelente novela “El daño”. Asimismo Chiclayo tiene otros íconos en los libros “A golpe de arpa” (1935), recopilación de mitos lambayecanos de Augusto León Barandiarán y Rómulo Paredes, “Puerto cholo”, de Mario Puga Imaña (1915-1959). De hecho, una ciudad con rol protagónico en la literatura.
RAMÍREZ / JELYL / LORA
En medio de este panorama, nació el poeta JRR, heredero de estas corrientes, aunque JRR se distingue por su actitud contestataria y fundacional. En la tradición poética de Chiclayo, el poeta José Eufemio Lora y Lora (JELYL) abre el siglo XX con “Anunciación”, verdadero debut y despedida con tonos del romanticismo, pues moriría en Paris atropellado antes de ver la madurez. Su poema “Piedad” se deja leer como una triste elegía: “Sea hoy, Señor, mi compasivo ruego / el del viejo filósofo eleusino / por el perro que ladra en el camino / por el peñasco que desciende ciego. // Piedad, Señor, piedad para la pena / que hizo vibrar el hierro al asesino, / para el vino maldito, para el vino / cuyo sorbo final está en el Sena. // Y para el pensamiento que en la noche / sin bordes de la Nada quedó preso / antes de hallar su verbo cristalino; / como la flor helada antes del broche, / como el amor extinto antes del beso, / como el canario muerto antes del trino”.
Asimismo, el poeta Juan José Lora Olivares es partícipe de ese mismo destino. Prisionero en El Frontón por su militancia política y víctima de la adicción a la morfina(5), supo transfigurar su tragedia personal en los versos de tono popular y modernista de su poemario “Con sabor a mamey”, editado en 1961 por Juan Mejía Baca, un verdadero clásico de la “chiclayaneidad”. El poema “Retorno”, leído luego de la muerte de JRR, puede funcionar como el epitafio perfecto: “Este era el triste caminando alegre / por pueblo sin calles, casa entera. / No estaba en el balcón la primavera / y él silbaba para que saliera. // Seguía el triste caminando alegre. / Puso su pena en linda pajarera, / más, chiroque, rebelde a su manera, / murió sangrando miel algarrobera. // ¿Cómo era el triste caminando alegre? / lo juro, madre, yo no sé como era; / pero lo siento como si lo viera; era un fantasma de bendita cera. // ¿Ya no es el triste camino alegre? / Si lo es: ¡Yo soy! Y me sabrá quienquiera / baile con su alma, sola y compañera, / esta nostalgia que me atondera. // Yo soy el triste, caminando alegre, / que canta por Chiclayo en esta espera / universal retorno y primavera, / por si Chiclayo desapareciera”.
Sin duda, Juan Ramírez Ruiz, al margen de ser uno de los poetas peruanos más significativos, es también el poeta de Chiclayo por antonomasia. “Solitario”, uno de sus últimos poemas, perteneciente a s último libro “Las armas molidas” (Arteidea, 1996) y reeditado el verano de 2004 en la revista literaria “Don Loche”(6) fue acaso su más nítida premonición:
“Solitario -en una duna interminable
agoté mi cuerpo
colocando un poro mío en cada estrella...
Y ahora es remoto el aire-
y cercano al estante de los médanos...
Hablo incendios y estallidos...
En cada ojo tengo tres tristezas...
En cada día nuevas noches...
Estaba yo pensando –
y de pronto la tierra se hospedó en mi cuerpo” (JRR).
Más allá de las circunstancias trágicas de su muerte, definitivamente, Chiclayo y el Perú entero están en deuda con Juan Ramírez Ruiz: la publicación de su obra poética completa es un compromiso pendiente.
ESQUINA SIETE DE ENERO Y SAN JOSÉ
(Poema de Juan José Lora Olivares en “Con sabor a mamey”, 1962)
Poste de luz, compañero,
cuántas cosas por ti sé;
y tú me sabes sincero
esquina Siete de Enero
y San José.
Alumbrabas mi sendero
¿Y qué pasó?, algo fue.
Pero ¿quién no es pasajero
esquina Siete de Enero
y San José?
Ayer, sobre tu madero
mi corazón te grabé;
y el tuyo lo llevo entero
en mi cruz; Siete de Enero
y San José.
Poste de luz, compañero,
junto a ti mi verso en pie,
mientras yo doblo el sendero,
esquina Siete de Enero
y San José...
NOTAS
(1) El mayor PNP Oscar Zavala Távara, lideró el grupo policial que, tras una paciente investigación de varios meses, pudo identificar al poeta a partir del examen de las huellas necrodactilares, que el poeta Juan Ramírez Ruiz fue atropellado por un ómnibus interprovincial.
(2) Con estas palabras textuales, JRR rechazó seguir aceptando ayuda en Trujillo, en mayo de 2007. Poco tiempo después, se dio cuenta del estado de indigencia en que se encontraba el poeta a través de una carta abierta en Internet, inicialmente acogida en el blog Sol Negro, de Paul Guillén, gracias a un reenvío de la misiva hecho por el poeta Miguel Ildefonso. Tanto el “camino” elegido por el poeta, las circunstancias de su muerte, así como la odisea de su búsqueda conforman un capítulo aparte de esta historia.
(3) En su libro “Historia de Chiclayo, siglos XVI, XVII, XVIII y XIX” (Imprenta Minerva, Lima, 1995), Jorge Zevallos Quiñones sostiene que el Convento de Nuestra Señora de Santa María, levantado por los padres franciscanos y los nativos autóctonos en el Señorío de Cinto y Collique, es “la capilla bautismal de Chiclayo. La “Iglesia matriz”, como la conocían los chiclayanos antiguos, fue demolida absurdamente en 1960 para dar paso a un edificio. En los escombros que se conservan del templo –en la calle San José- todavía se pueden apreciar rasgos de su arquería filomudéjar.
(4) El ingeniero alemán Hans Heinrich Bruning (1848-1928) arribó al Perú en 1875. Vino a trabajar como mecánico de los nuevos ingenios azucareros a vapor. Apenas se contactó con los pobladores, se interesó en estudiar a la cultura muchik. Publicó el libro “Estudios monográficos del departamento de Lambayeque” (Librería e Imprenta Mendoza, Chiclayo, 1922). El Museo de Hamburgo conserva las placas fotográficas originales de vidrio, así como cilindros de cobre con grabaciones directas de la lengua mochica y libretas de campo.
(5) Cfr. “Nixa en el siglo. Hombres y hechos en la historia de Chiclayo (Conversaciones)”. Ghely Villanueva Díaz. Ediciones Acunta, Chiclayo, 1997. En esta extensa entrevista, el escritor Nicanor de la Fuente Sifuentes ofrece datos importantes para conocer a Juan José Lora, cuyos libros “Diánidas” y “Lydia” siguen inéditos. Por su valor intrínseco, escogemos este fragmento: “(…) Una vez le comenzó unos dolores de cabeza terribles, entonces en el hospital Belén un médico lo vio y le dijo: ´Al fin le voy a cortar el pelo a un pelucón´, y lo operó. Parece que por ese tiempo consumía drogas y un día un amigo lo llevó, pero cuando le faltó se escapó sin que le cerrara la herida, por eso le quedó una fístula ahí. (…). Él estuvo preso (…) Ahí se puso mal porque necesitaba droga, entonces esa tarde dispuso que lo llevaran al hospital en donde le pusieron morfina”
(6) “Solitario”, de JRR. En: “Las armas molidas” y posteriormente Don Loche, Año II, No. 3. Sindicato de Poetas sin Trabajo – Sismo Poético Resistente. Chiclayo, Perú, Verano de 2004 (edición artesanal).
(*) Artículo también publicado en edición impresa en el Semanario Expresión Nº 695, Chiclayo semana del 9 al 16 de diciembre de 2010.
(4) El ingeniero alemán Hans Heinrich Bruning (1848-1928) arribó al Perú en 1875. Vino a trabajar como mecánico de los nuevos ingenios azucareros a vapor. Apenas se contactó con los pobladores, se interesó en estudiar a la cultura muchik. Publicó el libro “Estudios monográficos del departamento de Lambayeque” (Librería e Imprenta Mendoza, Chiclayo, 1922). El Museo de Hamburgo conserva las placas fotográficas originales de vidrio, así como cilindros de cobre con grabaciones directas de la lengua mochica y libretas de campo.
(5) Cfr. “Nixa en el siglo. Hombres y hechos en la historia de Chiclayo (Conversaciones)”. Ghely Villanueva Díaz. Ediciones Acunta, Chiclayo, 1997. En esta extensa entrevista, el escritor Nicanor de la Fuente Sifuentes ofrece datos importantes para conocer a Juan José Lora, cuyos libros “Diánidas” y “Lydia” siguen inéditos. Por su valor intrínseco, escogemos este fragmento: “(…) Una vez le comenzó unos dolores de cabeza terribles, entonces en el hospital Belén un médico lo vio y le dijo: ´Al fin le voy a cortar el pelo a un pelucón´, y lo operó. Parece que por ese tiempo consumía drogas y un día un amigo lo llevó, pero cuando le faltó se escapó sin que le cerrara la herida, por eso le quedó una fístula ahí. (…). Él estuvo preso (…) Ahí se puso mal porque necesitaba droga, entonces esa tarde dispuso que lo llevaran al hospital en donde le pusieron morfina”
(6) “Solitario”, de JRR. En: “Las armas molidas” y posteriormente Don Loche, Año II, No. 3. Sindicato de Poetas sin Trabajo – Sismo Poético Resistente. Chiclayo, Perú, Verano de 2004 (edición artesanal).
(*) Artículo también publicado en edición impresa en el Semanario Expresión Nº 695, Chiclayo semana del 9 al 16 de diciembre de 2010.
Ilustrativo. Trágicos y genios.
ResponderEliminarquisiera saber si puedo conseguir mas poemas de juan Jose lora
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