Orlando Germán Veta, poeta. (Foto: malaperu.com) |
Con estas palabras el poeta Orlando Germán Vega, entonces mi profesor del curso de Literatura en el Colegio Nacional San Antonio de Padua en la localidad del mismo nombre, al sur de Lima- me dedicó un ejemplar de su libro cumbre "Ascención a la noche".
Corría el año 1984 y con mi familia nos habíamos trasladado a vivir en el campamento minero Condestable, en el distrito de Mala. Vivimos un año en aquel lugar enclavado en medio del desierto y al pie de las estribaciones andinas de donde se extraía cobre, plomo y zinc. Estaba sobre un promontorio desde donde se podía divisar, a lo lejos, el mar.
Corría el año 1984 y con mi familia nos habíamos trasladado a vivir en el campamento minero Condestable, en el distrito de Mala. Vivimos un año en aquel lugar enclavado en medio del desierto y al pie de las estribaciones andinas de donde se extraía cobre, plomo y zinc. Estaba sobre un promontorio desde donde se podía divisar, a lo lejos, el mar.
Nos matriculamos en el Colegio San Antonio, que era "colegio mixto", es decir estudiábamos juntos mujeres y varones, modalidad que antaño era infrecuente. San Antonio es un pintoresco poblado que crecía a los costados de la Panamericana Norte, rodeado de feraces tierras donde se producían manzanas, pacaes (en mi tierra, Cayaltí, los llamamos guabas) y otros frutales.
Ese año hubo cambio de profesor de Literatura y llegó el maestro Orlando Germán Vega, a quien se nos presentó en una ceremonia en el patio del plantel. El profesor declamó magistralmente los versos del poeta español Antonio Machado: Caminante, no hay camino / se hace camino al andar..., con una inusitada potencia y ritmo. Había llegado un poeta y en la práctica era el primer poeta de carne y hueso que yo conocía.
Con ciertas inclinaciones para el arte inculcadas por mis padres y abuelos, debo decir que las exposiciones en clase y la prédica social del maestro Germán nos cautivaron desde un inicio.
Un día, durante un recreo, le pregunte: "Profe, ¿usted es poeta?". Y él, con esa sencillez que lo caracterizaba, me dijo que no, que solamente "había escrito y publicado un libro de versos".
"Mañana te lo traigo", prometió. Al día siguiente, luego de la clase, el poeta me llamó despacio, extrajo un libro de modesta portada hecha en cartulina de color celeste, escribió una dedicatoria y me lo regaló. Era su poemario titulado Ascención a la noche. "Léelo, por favor, y después me das una opinión", me dijo.
El libro, editado por Lluvia Editores, me impactó por varias razones: la belleza intrínseca de los poemas, las referencias al ambiente rural, las metáforas localistas. Había una autobiografía de matices poéticos donde él relataba que "había nacido en una casita de barro y caña brava", y "nos alumbrábamos con una lámpara de kerosene...".
Solamente estudié en San Antonio el tercer año de secundaria, durante 1984. Luego, dejamos la Mina Condestable.
No volví a ver al poeta Orlando Germán Vega, pero conservé su libro durante muchos años, lo leí y lo releí innumerables veces, y luego hasta me animé a escribir y publicar algo...
Hace unas semanas, de manera súbita, durante una madrugada insomne, me acordé del poeta Orlando Germán Vega; recordé sus clases, su libro, su imagen, y me preguntaba qué sería de él, dónde podría visitarlo. Con ese ánimo, hoy empecé a buscar referencias suyas en Internet y me topé con la noticia de su muerte física. Quedé desconcertado. Aquella vez que me acordé con insistencia: ¿el poeta se estaba despidiendo? ¿o era un nuevo saludo?
No lo sé. Pero escribo este testimonio como un homenaje silencioso a quien dedicó su vida a la causa noble de la enseñanza y a intentar descifrar el misterio de la poesía.
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