Por Nivardo Córdova Salinas
nivardo.cordova@gmail.com
Huaycán de Pariachi. Foto de Martín Guerrero
tomada del blog huaca.wordpress.com
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La
capital peruana no solo es la ciudad de los balcones, conventos y casonas
solariegas. Es también el fruto de más de 10,000 años de ocupación humana a lo
largo de su territorio, desde el período lítico (los talleres líticos de
Chivateros, en el río Chillón) hasta nuestros días, pasando por vestigios
incaicos como el Qapaq Ñam (Camino Inca), que en su mayor parte ha sido
destruido por el avance urbanizador, quedando solo algunos restos, como en
Cieneguilla.
En
Lima hay decenas de huacas abandonadas y algunas que sí están debidamente
conservadas. Un caso es la Huaca Pucllana, en Miraflores, donde se desarrolla
un proyecto arqueológico apoyado por el INC y la municipalidad. Allí funciona
un museo de sitio, parador turístico y restaurante. Es también sede de
reuniones protocolares y locación para diseñadores de modas. Pero eso no es lo
esencial: las investigaciones continúan. El año pasado, la arqueóloga Isabel
Flores Espinosa encontró una tumba intacta de la cultura Wari, que dará nuevas
luces.
En
el antiguo Perú, estas huacas de adobe eran el centro administrativo, militar,
religioso, ritual, mágico y urbanístico, dotados de estructuras sofisticadas,
almacenes, zonas rituales, miradores y compleja decoración policromada. Eran
también la tumba real de los jerarcas y, tras la conquista inca, siguieron
utilizándose como cementerios populares.
El
arquitecto José Canziani Amico, en su libro Ciudad y territorio en los Andes.
Contribuciones a la historia del urbanismo prehispánico (2009), han abordado el
tema. Por su parte, los trabajos de campo, en los últimos años de la
arqueología peruana, han demostrado que excavar, investigar y poner en valor
las huacas no solo contribuye a la investigación científica sino también al
turismo. La historia precolombina no tiene nada de aburrida.
Otros
casos emblemáticos son el Proyecto Huaca de la Luna (valle de Moche, Trujillo),
donde desde hace dos décadas se realizan las excavaciones que han dado a la luz
murales de la cultura Moche. El museo de sitio y el trabajo con los artesanos
locales ha dado excelentes resultados, a tal punto que el proyecto ganó, en
2006, el Cuarto Premio Reina Sofía a Restauración y Conservación. No se queda
atrás el Proyecto Arqueológico El Brujo (en la huaca Cao Viejo, valle de
Chicama), donde hay un museo en el que se exhibe a la sacerdotisa de Cao,
también conocida como la “Dama tatuada”, por sus tatuajes misteriosos. Otro
sitio ejemplar donde arqueología, arquitectura y gestión cultural se dan cita
es el Proyecto San José de Moro (valle de Jequetepeque), donde la Pontificia
Universidad Católica del Perú tiene una escuela de campo para estudiantes de
arqueología. Las huacas siguen ostentando su poder.
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