Por Nivardo Córdova Salinas
Ver la versión impresa publicada en el Boletín Nº 37 del Archivo Histórico San Francisco de Lima.
Preguntáronle alguna vez: “Nicolás, dime, ¿tienes alguna huaca de donde sacas lo mucho que guardas?, porque es imposible que con sólo tu oficio puedas ganar tanto. Y respondió: Y vaya hermano que tengo huaca y la más poderosa y rica, pues en mi señor Jesucristo tengo seguros todos los tesoros y, si quieres, vamos a gozar de ellos, pues a ninguno los niega”.
Hace 335 años falleció en Lima el chiclayano Nicolás Ayllón (Chiclayo, 4 de marzo de 1632 - † Lima, 7 de noviembre de 1677), también llamado “Nicolás de Dios, natural de Chiclayo”. Este sastre y artesano que fue hijo de un cacique de Chiclayo, criado y educado por los franciscanos vivió –como laico- una vida de caridad y desprendimiento, y por sus virtudes cristianas y es considerado un auténtico “siervo de Dios”.
Por esos méritos se inició su causa de beatificación a pocos años de su muerte, trámite que fue abandonado en 1702, hace más de tres siglos. Sin embargo, según publicó el semanario “Expresión” (N° 478, 28 de julio al 3 de agosto de 2006) desde hace más de un lustro existe un Comité Ejecutivo Nacional integrado por lambayecanos y presidido inicilamente por Roberto Yafac Huertas, que ha está solicitando ante el Arzobispado de Lima continuar las gestiones para la beatificación de Nicolás de Ayllón.
A Nicolás Ayllón se le atribuyen varios milagros. Hay calles de Chiclayo y una avenida principal en Lima que llevan su nombre. Fundó en su propia vivienda la “Casa de Jesús, María y José” -que hoy es el Templo y Monasterio de las religiosas Clarisas Capuchinas en el centro de Lima-. De ser beatificado y canonizado, sería el primer santo chiclayano de la historia peruana.
Pero ¿quién fue realmente este esforzado varón que nació en Chiclayo en los albores de la ciudad?
UN LIBRO ESCLARECEDOR
El sacerdote jesuita e historiador peruano Rubén Vargas Ugarte, S.J., publicó en 1964 el libro “Vida del siervo de Dios Nicolás Ayllón o por otro nombre Nicolás de Dios, natural de Chiclayo”, el mismo que fue reeditado en 2007 en Argentina, el cual es uno de los estudios históricos más serios sobre Ayllón, pues el autor acudió a las fuentes históricas más autorizadas, entre las cuales figuran el Proceso hecho en Lima en 1683 y remitido a Roma en 1690 (el original se extravió en el Tribunal de la Santa Inquisición y Vargas Ugarte acudió a ver el original en el Vaticano). También se basó en documentos del Archivo Arzobispal de Lima; el libro “Vida de Nicolás”, del padre Bernardo Sartolo (del 1679 aunque el texto incurre en algunos deslices), así como los apuntes hechos por la viuda de Ayllón, María Jacinta Montoya y el escrito anónimo de un compadre de él, que goza de credibilidad porque el propio confesor de Nicolás Ayllón, el padre Cristóbal Bravo, lo halló “conforme a la verdad”.
VIDA DE VIRTUDES
Nicolás Ayllón fue el último hijo del matrimonio conformado por Don Rodrigo Puycón (“indio principal”) y Doña Francisca Faxollem, ambos cristianos y al parecer descendientes de nobles curacas de Cinto y Collique.
“Un testigo de los procesos dice que Nicolás, desde los siete años, comenzó a ser niño de coro en la iglesia de los franciscanos en Chiclayo”, afirma Ugarte. Obviamente se refiere a la Iglesia Matriz, llamada originalmente Iglesia y Convento de Santa María de los Valles de Chiclayo, la cual fue demolida en 1960.
A los 8 años fue enviado al Convento de San Francisco de Saña, bajo la tutela de uno de los religiosos moradores de ese convento, fray Juan de Ayllón, para continuar su educación cristiana. De este fraile adoptó su apellido hispano.
Poco después de cumplir 10 años, junto con su tutor, viajó al Convento de San Francisco de Lima, donde vivió. De este viaje queda el relato de un prodigio del niño: durante el cruce por el caudaloso río Santa –ayudados por indios chimbadores- la mula sobre la que iba montado Nicolás fue arrastrada por la corriente. “Una mano poderosa lo condujo sano y salvo hasta la orilla…debió ser el Ángel de la Guardia”.
En el convento máximo franciscano vivió cinco años, tiempo en el que su protector Fray Ayllón enfermó. Nicolás fue su enfermero hasta que cumplió los 16 años, en que se retiró del convento e ingresó como aprendiz al taller de sastrería. Aquí estuvo cuatro años, hasta que llegó a ser “maestro sastre”.
En ese período es que Nicolás Ayllón manda confeccionar una imagen de la Purísima Virgen, pues como hermano franciscano se hizo devoto María Inmaculada, motivando a sus colegas y vecinos a participar en las novenas en su honor.
Nicolás resolvió abrir un taller de sastrería junto al Convento de La Merced, al que acudían no sólo los nobles, sino también criollos y nativos. Tal era su habilidad con las tijeras y la aguja que se hizo de una fama en el oficio, y con sus ingresos económicos fue consolidando sus bienes para dedicarlos a obras de caridad.
Posteriormente a los 24 años Nicolás se casó en 1661 con María Jacinta Montoya en la Iglesia del Sagrario. El padre Ugarte relata que, por información de la propia esposa, se sabe que el joven antes de casarse mantuvo un amorío con una joven mestiza natural de Trujillo, llamada María del Rosario, fruto del cual nació una hija que murió poco después de nacer. “Nicolás, como hombre flaco, pagó tributo a la débil naturaleza, pero más adelante, poco después de contraer legítimo matrimonio, cayó en la cuenta de su yerro, se arrepintió del mal paso que había dado y decidió firmemente no apartarse un punto de la ley santa de Dios”, escribe el padre Vargas Ugarte.
Con María Jacinta tuvo dos hijos: una niña que falleció a corta edad y un niño al que llamó Bonifacio. “No tuvieron más descendencia pero a los ocho años de casados de común acuerdo decidieron guardar ambos continencia y tratarse como hermanos”, agrega Vargas Ugarte.
Desde entonces pasaron a llamarse como Nicolás de Dios y la hermana María Jacinta de la Trinidad. Ambos esposos decidieron convertir su vivienda a mitad del siglo XVII en una casa para huérfanos y jóvenes abandonados, el cual se convirtió en un Beaterio bajo la advocación de Jesús, María y José, y que posteriormente llegó a ser Monasterio que hoy se aprecia en la esquina de las calles Moquegua y Camaná, donde viven las Clarisas Capuchinas.
LA CASA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ
Nicolás bautizó el lugar como "Casa de Jesús, María y José". Allí construyó dos oratorios, uno para su cuadro de la Purísima y otro para el Crucificado, y en el patio principal ordenó pintar el Vía Crucis.
Se afirma que por esta época Nicolás retornó a Chiclayo por unos meses, con la finalidad de cobrar una herencia familiar. Tras fundar en la ciudad norteña la “Cofradía de las Ánimas”, retornó a Lima donde continuó ayudando a los menesterosos.
Un acontecimiento importante es un levantamiento de indios en 1666, que motivó represalias del Virrey contra quienes consideraba cabecillas. El propio Nicolás, al salir en defensa de sus paisanos, sufrió también algunos ultrajes y humillaciones que soportó como buen cristiano.
Y así pasó su vida este varón, hasta que la muerte lo sorprendió en 1677. El Cabildo de Lima realizó las exequias a las que asistieron miles de fieles, e incluso el propio virrey Baltazar de la Cueva, conde de Castellar. Su viuda quedó a cargo de la Casa de Jesús, María y José, que luego fue destinada para las clarisas capuchinas.
Dos años después de su fallecimiento, en 1679, se iniciaron los trámites para solicitar su beatificación, proceso que luego se interumpió. Al parecer en 1684 se imprimió en Madrid la “Vida de Nicolás” escrita por el padre Sartolo, quien recibió los datos desde Lima. En el libro se incluía una “visión” de Ángela Carranza (quien había sido sancionada por el Tribunal de la Santa Inquisición) donde ella predecía que Nicolás iba a ser santificado. Esto fue motivo para que el libro fuera decomisado y el proceso de beatificación se interrumpiera hasta nuestros días.
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