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miércoles, 5 de febrero de 2014

Carlos Becerra Popuche: “Poetizar es odiar con ternura”

Por: Nivardo Córdova Salinas (nivardo.cordova@gmail.com)

Odiar con ternura. Acaso este es el vallejiano derrotero existencial y literario de Carlos Becerra Popuche (Chiclayo, 1971) una de las voces de la nueva poesía en Lambayeque. Desde la aparición en 1908 en París, bajo el sello editorial Garnier Hermanos, del poemario “Anunciación” de José Eufemio Lora y Lora (Chiclayo, 1885-1907) –seguida de su temprana y trágica muerte en la ciudad luz–, Chiclayo ha parido otras cúspides líricas: desde “Con sabor a mamey” de Juan José Lora Olivares  hasta Juan Ramírez Ruiz (su libro “Un par de vueltas por la realidad” es la partida bautismal del movimiento “Hora Zero”) y los rcientemente fallecidos Alfredo José Delgado Bravo, Elio Otiniano Mauricci y Carlos Ramírez Soto, sin mencionar a la singular tradición de notables decimistas de Zaña y otros autores contemporáneos.

El poeta chiclayano Carlos Becerra Popuche en actitud lúdica
 y desconcertante, pasando de la solemnidad al coloquialismo,
al igual que en su poesía reunida en "Ojos contra la arena".
Foto: http://urbanotopia.blogspot.com/2007/01/carlos-becerra.html

A este cauce se suma el poeta Becerra, cuya obra “completa” recién apareció en forma de libro. Paradójicamente, la literatura de la ciudad de Chiclayo –injustamente- fue siempre relegada a un segundo plano en las antologías nacionales. De hecho, la tradición y la actividad cultural en esta ciudad son impresionantes, aún sin contar con un “calendario” anual de eventos. La poesía no es la excepción, y de ello han dado cuenta los poetas  como Ana Miranda Salazar (“Autofobia”), Stanley Vega (“Inútil inventario”),  Ernesto Zumarán (“Los templos ausentes”), Alejandro Noblecilla, Laly Pereyra, Matilde Granados o Alex Cieza, por citar algunos nombres (obviando a muchos otros por mi ignorancia y falta de espacio).
La tradición literaria chiclayana –de altas cumbres- tiene en Carlos Becerra uno de sus mejores exponentes. La aparición de su poemario “Ojos contra la arena” (Fuga en Lila Editores, Chiclayo, 2OO6) saldó una vieja deuda con la persistencia silenciosa de una obra que recoge, en lo social, lo más característico del alma chiclayana: cierta ingenuidad y efervescencia, antisolemnidad, ausencia de protocolos y formalismos, alegría desbordante, frescura e hilaridad. Sin embargo, Becerra inyecta, con su estilo, aquellos motivos eternos de la poesía universal: el amor, la muerte, la soledad, aportando una voz propia con su poesía.
***
Becerra fue un poeta precoz. De la declamación escolar de los versos inmortales de Vallejo en las aulas del centenario Colegio Nacional San José (el “Sanjo”, donde estudió primaria con el poeta Stanley Vega) pasa inmediatamente a plasmar sus primeras metáforas. Empieza a escribir en la pubertad y tempranamente obtiene el reconocimiento “oficial” en varios certámenes nacionales. Uno de ellos fue una mención honrosa en el concurso “Poeta Joven del Perú” el año 1999, organizado por la revista Cuadernos Trimestrales de Poesía, dirigida por el poeta Marco Antonio Corcuera. Tal premio alguna vez consagró a poetas de la talla de Javier Heraud, Luis Hernández y José Watanabe. Otros lauros fueron suyos en el “Premio Literario Lundero” y varios Juegos Florales en la Universidad Pedro Ruiz Gallo de Lambayeque. Por si acaso, el poeta Becerra reniega de este pasado y ha escondido sus medallas bajo tierra.
Hay que decirlo así: el silencio de la crítica, la indiferencia de los medios de prensa, el desconcierto de los lectores, o talvez la envidia –ese mal tal universal- fueron la cortina de humo tras la que permaneció escondida la poesía de Becerra. Por ejemplo, el escritor Luis Heredia en su ensayo “Entre sueños limítrofes: la poesía lambayecana de los noventa” (publicado en la emblemática revista “Don Loche”), la califica de “poesía talentosa pero un tanto frívola”. Un juicio solamente aproximado. Felizmente los editores de aquel impreso, agrupados bajo el nombre de Sindicato de Poetas sin Trabajo, no se solidarizaban necesariamente con las opiniones de sus colaboradores.
Es cierto, hasta antes de “Ojos contra la arena”, Becerra no había encontrado un editor que corriera el riesgo de dar a la estampa, de manera íntegra, esta su desconcertante poesía. Una primera edición a fines de los noventa contuvo algunas erratas, y la nueva versión–que también tiene algunas travesuras de los “duendes” de la imprenta- actualiza lo mejor del itinerario poético de Becerra.
En el prólogo, el fallecido escritor “cosmonsefuano” Alfredo José Delgado Bravo se rinde ante la poética de Becerra y pone las palabras justas: “Ni poesía de evasión (ucronía). Ni poesía de rebeldía (sincronía). Lo que Becerra nos proyecta o nos propone muy líricamente, muy lúcidamente, es una síntesis de la condición humana, de su condición humana, tal como, dentro de él, la vive, la imagina, crea y recrea...”. El crítico aventura una hipótesis y ubica a Becerra dentro del “transrrealismo o transrrealidad poética”.
Por su parte, el poeta Ernesto Zumarán en el epílogo del poemario dice: “Una de las notas más dominantes de la poesía de Carlos Becerra es justamente el desasosiego. Pero un desasosiego expresado en forma incisiva, irónica, espiritual e iconoclasta... En Becerra el humor fluye con naturalidad sin los estragos del mal chiste ni de la superchería purulenta...”.
Es verdad. Los versos de Becerra se mueven a cien kilómetros por hora, pasan de la solemnidad al coloquialismo. Él se ríe de la muerte y de la vida, pero llora intensamente, le duele toda la imperfección del mundo. Ama y sufre, se refugia en los sueños, odia la hipocresía social, reniega del pasado y el futuro, busca adrede lo imperfecto, la fealdad. Añora la belleza perdida. Se mira compasivamente, amenaza con claudicar.
Becerra quiere vivir, pero reconoce que hay algo que va muriendo a cada segundo. Entonces vuelve a reír y llorar, y ridiculiza la poesía, la baja de su pedestal, la enrolla dentro de un papel de fumar, la enciende y la tira al tacho. Recoge sus cenizas y las arroja al mar. Se desnuda y hunde su rostro en la orilla. Quiere vivir eternamente, tal como cada uno de todos los hombres y mujeres de este mundo. Se refugia en la infancia. Quiere retornar al útero materno:
“Mamá odia las horas cuando muero deshidratado / por el miedo de los días / en los que el sol vomita mi imagen / como un gran espejo amarillo / mamá odia aspirar por sus fosas nasales /como dos túneles / mis juegos depresivos  mi psicosis / mi próstata agazapada en tus miradas / fijo que llora en sus horas etéreas / fijo que pregunta por mi pasado / sólo un montón de hojas que licué / y bebí en una tarde asustada / fijo que reza por mi futuro / donde cargo un fusil y muero / inyectado por átomos yanquis / fijo que suspira por mi presente / una hermosa ave disecada / con el corazón corriendo ya no sé qué caminos / mamá cree que estoy vivo / porque tomamos el yantar juntos / no sabe que la muerte ha jugado su rol invisible / una mañana llena de luna / cuando el sol / vomitaba mi sangre” (“A mamá en el último minuto”)
Otros de sus rasgos son la desesperación y emotividad. Becerra juega con las palabras y busca adrede el sinsentido, forzando las imágenes hasta extremos como éste:
“Mejor es que duermas sobre tus rodillas raspadas / y sueñes que el mundo / es un gran dibujo animado sin colorear / Así perderías la ración de bombas / y ya no ayudarías a buscar la vida / en algún cadáver de tu hermano / mejor es jugar a la casita / y juego a ser papi y llego temprano / y mis pulmones son fuertes / y mi hígado es un ángel recién nacido / y le doy un beso a mi mami en su frente de estropajo / y ahora juego a ser mami y te cuido / y nunca  te digo que cuando seas grande / tienes que coleccionar niñitas / como colecciono mis cromos a todo color / pero mamá es buena y tiene colgado a dios / dentro de una alfombra de telarañas / sin embargo sé que ella murió quemada por una bruja...” (“Realidad virtual”)
Si hubiese que buscar un pariente cercano de Becerra, en el estilo y la temática, en la actitud lúdica, bien podríamos emparentarlo con el  poeta trujillano Lizardo Cruzado, poeta precoz en su momento –a inicios de los noventa- autor de “Este es mi cuerpo” y amigo personal de Becerra. Médico de profesión en la actualidad, Cruzado también se sumergió en la anti lírica.
Mas, Becerra aporta dosis de cinismo y humor negro, regalando una poesía que va de lo trascendente a lo trivial: “La muerte me vigila mientras te desesperas / por no conseguir ese peinado que te hará el día menos feliz / ¿Huir? ¿Para qué? ¿Para que te des cuenta de que cuando huyes / te llevas el motivo de tu huida  / es decir  a ti mismo?” (“Tengo flojera de ser como soy”).
En otro momento dice: “Sólo existe un trozo de destino en mi billetera / quiero gastarlo en una esquina...”.
El poeta se ama y se odia. No se averguenza de ello:
“Odiándome de a poquitos / conjugando verbos irreflexivos en todas las personas / incluso en mi materia estremecida / ... / Entonces nos convertimos en fetos de abortos fallidos y los buitres / de madrugada nos observan con sus ojos que traspasan el alma / y caemos fulminados como dos cohetecillos / que un niño desecha porque ya no revientan” (“Aún te veo Stanley...”)
Becerra insiste en alejarse de este mundo y opta por el exilio. Su despedida lírica reboza cinismo: “En la última carta que les envié / olvidé decirles adiós / ruego decirles que me perdonen / aprovecho estas líneas / para decirles adiós / ADIÓS / Vuestro títere” (“Extensa y aburrida carta a todos”).
El poeta cumplió su promesa de irse y regresar. Hasta el año pasado estuvo viviendo y trabajado en Puerto Ordaz, Venezuela, desde donde seguramente seguía escuchando los lejanos estertores de Chiclayo y su municipalidad en llamas, el griterío de la avenida Balta, los vendedores de tortitas de choclo y cebiche de caballa salada. Hace unos meses, junto a su esposa regresó al Perú.
Durante mi estancia en Chiclayo, compartíamos con Becerra largas caminatas nocturnas por las angostas calles empedradas de la urbe, deambulando por la esquina de 7 de Enero y San José, mirando el río en las orillas de Callanca o el mar de Pimentel.
En una ocasión, retornando de aquellos mágicos parajes, intempestivamente el poeta Becerra se puso a llorar como un niño. Me sentí desconcertado. Ahora, al leer su poesía comprendo que esas lágrimas poseían un significado más trascendente. “Ojos contra la arena” es el mejor testimonio de ese sufrimiento.

Poema por las puras
La perra costumbre de llamarme Carlos
De ver los árboles crecer a través de los años
Cuando son los años que crecen a través de los árboles
Y terminar el día todo aniquilado por tus clímax hercúleos
La insana costumbre de revolcarme entre poemas
Y contar y cantar
Todos los chistes de mis sueños en technicolor
El desquiciado final de quemarme como calendario
En el muñeco de año nuevo o
Como árbol hecho leña en una casa sin paredes
Así con mi cuerpo enllagado de llagas
De llagas que cuelgan de mi cuerpo
Como si fueran otro sexo
La perra costumbre de llamarme Carlos
Y aullar desde la luna
Crucificado en el cráter de un aburrido Apocalipsis
(Por:  Carlos Becerra)



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